sábado, 2 de octubre de 2010

Una charla en Buenos Aires: mis poetas preferidos

PRESENTACIÓN BREVE

No sé nada del arte del coloquio, pero supongo que el que se dirige a un público con el que quiere conversar debe librarse, de entrada, de todo lo que parezca autosuficiencia y aire doctoral. Aunque quisiera, no podría ni siquiera aparentar esos aires. Así que me presento como un viejo profesor de literatura a punto de jubilarse, al que le apetecía mucho encontrarse con ustedes, porque Graciela me habló de su curiosidad literaria y de su interés por la palabra viva.

Esto, la palabra viva, es mi profesión, porque soy profesor de personas adolescentes, de entre catorce y dieciocho años, y a estos clientes, si se les quiere vender algo (cultura, poesía) tiene que ser algo que les ayude a desentrañar y a aclarar su vida. Cuando uno lleva más de treinta años tratando de manera cordial con adolescentes en las aulas y en sus inmediaciones, espera cierta comprensión de la gente entendida en literatura si les dice que lo que busca en la poesía no es tanto la técnica o el arte, sino una emoción estética que impulse el conocimiento profundo de sí mismo, la aventura por las galerías interiores, una cierta luz para su vida y sus sentimientos.

El profesor que comenta textos literarios a la búsqueda de recursos lingüísticos, de mecanismos del arte de la palabra, que encandila o abruma a los alumnos con las técnicas del arte de escribir, merece mi respeto. Pero yo me inclino decididamente por la opinión de Antonio Machado de que la poesía es palabra en el tiempo o por la de Gabriel Celaya cuando habla de poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que aspiramos trece veces por minuto para ser… Por esto me gusta, si puedo, explicar los poemas de manera muy sencilla, intentando que los versos penetren en mis alumnos como una lluvia suave sobre una tierra necesitada.

Es verdad que el poeta, como un alquimista, trabaja, maneja y manipula las palabras, y que sólo gracias a ese trabajo extrae a veces oro de palabras gastadas, y así el lector consigue un placer artístico y un impacto luminoso. Pero no es preciso a los lectores reconocer punto por punto ese mecanismo alquímico, pues lo que realmente precisa el lector es una disposición inocente y abierta al escalofrío. Dejemos, pues, me digo, a los lingüistas y sabios la disección profesional del texto y limitémonos humildemente a dejarnos embriagar por las palabras que mágicamente conforman el poema.

POESÍA Y AVENTURA

Siempre comienzo mis cursos de literatura con la Odisea. Muestro a Homero como el guía más profundo para la vida de los adolescentes: La salida de la seguridad de la patria, Ítaca, los placeres inquietantes de la aventura, los terrores de lo desconocido, la curiosidad insensata, pero necesaria, de conocer lo nuevo, la esperanza de llegar a lo más profundo de uno mismo…Todo eso está en la Odisea, y está en los adolescentes, creo que está en todos los que se niegan a hacerse viejos.

La Odisea no está acabada, porque no es sólo un libro: es la primera reflexión sobre el ser humano, que camina mirando unas veces atrás y otras adelante, con un mundo agitadísimo por dentro y por fuera, lleno de monstruos interiores y exteriores, asistido hospitalariamente por dioses y por hombres, y también perseguido y acosado no sólo por los enemigos externos, sino por las propias dudas, deseos incoherentes y pulsiones autodestructivas. De alguna manera, la aventura de Ulises es la aventura humana que en los adolescentes aparece tan inquietante y tan prometedora.

Una vez conocidas las principales aventuras de la Odisea, les digo que sigue vigente este libro en sus vidas y les propongo dos textos de Kavafis, maravillas poéticas que, algunos antiguos alumnos me suelen recordar años después que le marcaron su vida:

Konstantino Kavafis

ÍTACA

Si vas a emprender el viaje hacia Itaca

pide que tu camino sea largo,

rico en experiencias, en conocimiento.

A Lestrigones y a Cíclopes,

o al airado Poseidón nunca temas,

no hallarás tales seres en tu ruta

si alto es tu pensamiento y limpia

la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.

A Lestrigones ni a Cíclopes,

ni al fiero Poseidón hallarás nunca,

si no los llevas dentro de tu alma,

si no es tu alma quien ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.

Que numerosas sean las mañanas de verano

en que con placer, felizmente

arribes a bahías nunca vistas;

detente en las ciudades de Fenicia

y adquiere hermosas mercancías,

madreperla y coral, y ámbar y ébano,

perfumes deliciosos y diversos,

cuanto puedas invierte en sensuales y delicados perfumes;

visita muchas ciudades de Egipto

y con avidez aprende de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en la memoria.

Llegar allí es tu meta. Mas no apresures el viaje.

Mejor que se extienda largos años;

y en tu vejez arribes a la isla

con cuanto hayas ganado en el camino,

sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te regaló un hermoso viaje.

Sin Ítaca no hubieras emprendido el camino.

Mas ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca.

Rico en saber y en vida, como has vuelto,

comprendes ya qué significan las Ítacas.

A veces les cuesta trabajo a mis alumnos comprender que la aventura no es pura evasión de la realidad, escape desesperanzado de sus límites. Por eso Kavafis sirve para aclarar las posibles dudas que tienen sobre la identidad de la aventura y el recorrido geográfico

LA CIUDAD

Dices "Iré a otra tierra, hacia otro mar

y una ciudad mejor con certeza hallaré.

Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado y muere mi corazón

lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.

Donde vuelvo mis ojos sólo veo las oscuras ruinas de mi vida

y los muchos años que aquí pasé o destruí."

No hallarás otra tierra ni otro mar.

La ciudad irá en ti siempre. Volverás a las mismas calles.

Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;

en la misma casa encanecerás.

Pues la ciudad es siempre la misma.

Otra no busques -no la hay -,

ni caminos ni barco para ti.

La vida que aquí perdiste

la has destruido en toda la tierra.

También comentamos el breve texto de mi poeta favorito, Luis Cernuda, un hombre profundamente exiliado, no sólo de su patria, sino de su sociedad, de la que se siente profundamente distante. Cernuda aparece ante los alumnos como una nueva versión de Ulises, un Ulises aparentemente desprovisto de nostalgia, lleno de rebeldía y en absoluto dispuesto a renunciar a la aventura:

LUIS CERNUDA

Peregrino

¿Volver? Vuelva el que tenga

Tras largos años, tras un largo viaje

Cansancio del camino y la codicia

De su tierra, su casa, sus amigos,

Del amor que al regreso fiel le espere.

Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas

Sino seguir libre adelante,

Disponible por siempre, mozo o viejo,

Sin hijo que te busque, como a Ulises,

Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,

Fiel hasta el fin del camino y tu vida,

No eches de menos un destino más fácil,

Tus pies sobre la tierra antes no hollada,

Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

A los alumnos conviene, a veces, abrirles alternativas. Incluso a la aventura. Hay que conjugar la búsqueda de uno mismo con el compromiso con los demás. Para ello hay dos poemas, de muy distinto estilo y enfoque, que en determinados momentos pueden abrirles caminos de madurez. Dos poetas catalanes nos ofrecen sus enfoques para este intento. El primero, Salvador Espriu, escribe en catalán y plantea una aventura de solidaridad:

Salvador Espriu ASSAIG DE CÀNTIC EN EL TEMPLE

Oh, que cansat estic de la meva
covarda, vella, tan salvatge terra,
i com m’agradaria d’allunyar-me’n,
nord enllà,
on diuen que la gent és neta
i noble, culta, rica, lliure,
desvetllada i feliç!
Aleshores, a la congregació, els germans dirien
desaprovant: «Com l’ocell que deixa el niu,
així l’home que se’n va del seu indret»,
mentre jo, ja ben lluny, em riuria
de la llei i de l’antiga saviesa
d’aquest meu àrid poble.
Però no he de seguir mai el meu somni
i em quedaré aquí fins a la mort.
Car sóc també molt covard i salvatge
i estimo a més amb un
desesperat dolor
aquesta meva pobra,
bruta, trista, dissortada pàtria.

El segundo, José Agustín Goytisolo, plantea a los jóvenes que el héroe de la aventura no debe estar solo:

Palabras para Julia

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

Hija mía, es mejor vivir
con la alegría de los hombres,
que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno,
son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti,
cuando te escribo estas palabras,
pienso también en otros hombres.

Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

Perdóname, no sé decirte
nada más, pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.

Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

Poesía y amor

Entre los diversos caminos del amor y los diversos descubrimientos que se ofrecen a los adolescentes, el profesor de Literatura debe proponer especialmente algunas vías poéticas.

También suelo comenzar por el mundo clásico, proponiendo a la primera mujer poeta conocida, Safo de Lesbos, la que diferencia claramente la épica y la lírica, y describe por primera vez los síntomas físicos del sentimiento amoroso:

VERSOS DE SAFO Fragmentos y Canto a Afrodita

Unos dicen que un ejército ecuestre,

otros, que un tropel de infantería

y otros, que una flota de barcos

resulta lo más bello en esta tierra oscura.

Pero yo digo

que lo más bello es lo que uno ama.

Y es muy fácil a cualquiera entenderlo.

Pues aquella que en belleza tanto aventajaba

a todos los humanos, Helena,

abandonó a su esposo, un príncipe ilustre,

y marchó navegando hasta Troya,

sin acordarse ni de su hija ni de sus padres,

pues la sedujo Cipris.

*************************

Como la manzana que se cubre de rojo

en lo alto de la rama,

en la rama más alta

y los recolectores la olvidan...

¡No! No la olvidan,

es que no pueden llegar a ella.

****************

El Amor ha sacudido mis sentidos

como el viento que arremete en el monte a las encinas

***************

Dulce madre mía, no puedo ya tejer mi tela,

consumida estoy de amor por un joven, vencida

por la suave Afrodita.

****************

Me parece que es igual a los dioses

el hombre aquel que frente a ti se sienta,

y te escucha absorto a tu lado

mientras tú hablas dulcemente

y sonríes encantadora.

Te veo y arrebatas el corazón a mi pecho;

te miro y no puedo ya decir palabra:

se me hace espesa la lengua

y, de pronto, un fuego sutil me recorre la piel;

no veo nada con mis ojos, me zumban los oídos.

Me invade un sudor frío, y toda entera

me estremezco; más pálida estoy que la hierba seca,

y apenas, infeliz, me siento distante de la muerte.

Les planteo después otro clásico, Ovidio, el maestro que enseñó a los jóvenes el arte de amar y enseñó a los poetas medievales a escribir sobre el amor. Y también el que se adelantó a la revolución juvenil del mayo del 68 y predijo aquello de haz el amor y no la guerra. Ovidio, para quien el amor, al contrario que para Safo, es un ejercicio ligero y frívolo, propone, sin embargo, una preparación de la sensibilidad para tener éxito en las batallas amorosas:

Joven soldado que te alistas en la nueva milicia del amor, esfuérzate primero por encontrar el objeto digno de tu predilección; trata enseguida de interesar con tus ruegos a la que te cautiva y, en tercer lugar, gobiérnate de modo que tu amor viva largo tiempo.(...)

Se equivoca totalmente el que recurre a las artes de las hechiceras. Las hierbas de las hechiceras no consiguen infundir el amor. Si valiesen los encantamientos, Medea hubiera retenido al hijo de Esón y Circe al astuto Ulises. De nada aprovecha a las jóvenes tomar filtros amorosos que turban la razón y excitan el furor. Rechaza las artimañas culpables; si quieres ser amado, sé amable; la belleza del rostro o la apostura agradable no bastan para asegurar el triunfo (...)

La belleza es un don muy frágil: disminuye con los años que pasan, y su propia duración la aniquila. No siempre florecen las violetas y los lirios abiertos, y en el tallo en el que se alzó la rosa quedan las punzantes espinas.

Bello joven, un día blanquearán las canas en tus cabellos y las arrugas surcarán tus hoy frescas mejillas. Eleva tu ánimo si quieres resistir los ataques del tiempo. Aplícate al cultivo de las bellas artes y al estudio de la literatura. Ulises no era hermoso, pero sí elocuente, y dos divinidades marinas sufrieron por él angustias mortales (...)

De Ovidio, que ya propone una de las primeras formulaciones del tantas veces frivolizado tema del carpe diem, pasamos a la poesía del Renacimiento. Un amor platónico e idealizado, cantado casi exclusivamente por hombres, pero donde aparece por primera vez la unión íntima entre amor y naturaleza.

Un poeta guerrero que jamás escribió nada que no fuera de amor es Garcilaso de la Vega:

Divina Elisa, pues agora el cielo

Con inmortales pies pisas y mides

Y su mudanza ves estando queda

¿Por qué de mí te olvidas y no pides

Que se apresure el tiempo en que este velo

Rompa del cuerpo, y verme libre pueda

Y en la tercera rueda

Contigo mano a mano

Busquemos otro llano,

Busquemos otros montes y otros ríos,

Otros valles floridos y sombríos

Donde descanse y siempre pueda verte

Ante los ojos míos

Sin miedo y sobresalto de perderte?

Este mismo sentimiento de unión entre amor y naturaleza permanece en un poeta del siglo XX, el andaluz Antonio Machado que expresa en un canto a las tierras de Soria su nostalgia de Leonor:

He vuelto a ver los álamos dorados,

álamos del camino en la ribera

del Duero, entre San Polo y San Saturio,

tras las murallas viejas

de Soria-barbacana

hacia Aragón, en castellana tierra-.

Estos chopos del río, que acompañan

con el sonido de sus hojas secas

el son del agua, cuando el viento sopla,

tienen en sus cortezas

grabadas iniciales que son nombres

de enamorados, cifras que son fechas.

¡Alamos del amor que ayer tuvisteis

de ruiseñores vuestras ramas llenas;

álamos que seréis mañana liras

del viento perfumado en primavera;

álamos del amor cerca del agua

que corre, pasa y sueña,

álamos de las márgenes del Duero,

conmigo vais, mi corazón os lleva!

En la poesía amorosa popular, o imitadora de lo popular, también está presente la naturaleza, como marco o interlocutora, casi siempre en boca de una mujer o como texto narrativo. Así aparece en la poesía medieval gallego-portuguesa

Martín Codax:

Ondas do mar de Vigo

Ondas do mar de Vigo,
se vistes meu amigo?
E ay Deus!, se verra cedo?

Ondas do mar levado,
se vistes meu amado?
E ay Deus!, se verra cedo?

Se vistes meu amigo,
o por que eu sospiro?
E ay Deus!, se verra cedo?

Se vistes meu amado,
por que ei gran coidado?
E ay Deus!, se verra cedo?

Olas del mar de Vigo

Olas del mar de Vigo,
¿Visteis a mi amigo?
¡Ay Dios! ¿vendrá pronto?

Olas del mar agitado,
¿Visteis a mi amado?
¡Ay Dios! ¿Vendrá pronto?

¿Visteis a mi amigo,
aquél por quien yo suspiro?
¡Ay Dios! ¿Vendrá pronto?

¿Visteis a mi amado,
quien me tiene tan preocupada?
¡Ay Dios! ¿Vendrá pronto?

O en los romances tradicionales:

ROMANCE DEL CONDE OLINOS

Madrugaba el Conde Olinos mañanita de San Juan

a dar agua a su caballo, a las orillas del mar.

Mientras el caballo bebe, canta un hermoso cantar,

las aves que iban volando se paraban a escuchar.

-Bebe, mi caballo, bebe, Dios te me libre de mal,

de los vientos de la tierra y de las furias del mar.

La reina lo estaba oyendo desde su palacio real

-Mira, hija, cómo canta la sirena de la mar.

-No es la sirenita, madre, que esa tiene otro cantar,

es la voz del Conde Olinos, que me canta a mí un cantar

-Si es la voz del Conde Olinos, yo lo mandaré matar,

que para casar contigo, le falta la sangre real.

-No le mande matar, madre, no le mande usted matar

que si mata al Conde Olinos, a mí la muerte me da.

Guardas mandaba la reina al Conde Olinos buscar,

que le maten a lanzadas y echen su cuerpo a la mar.

La infantina, con gran pena, no dejaba de llorar;

él murió a la media noche y ella a los gallos cantar.

A ella, como hija de reyes, la entierran en el altar

y a él, como hijo de condes, cuatro pasos más atrás.

De ella nació un rosal blanco, de él nació un espino albar;

crece el uno, crece el otro, los dos se van a juntar.

La reina, llena de envidia, ambos los mandó cortar,

el galán que los cortaba no dejaba de llorar.

De ella naciera una garza, de él un fuerte gavilán.

Juntos vuelan por el cielo, juntos se van a posar.

El tópico del carpe diem, tan apreciado por los jóvenes, tiene a lo largo de la historia fuertes connotaciones amorosas. Pero sé por experiencia que a mis alumnos les encanta más una formulación más completa que leen en el siguiente poema:

El recorrido siempre es incompleto. Más que recorrido consiste en enseñar al alumno o al lector comienzos de varios caminos: por aquí podéis ir, pero luego lo mejor es desviarse, no seguir rectos hacia un objetivo, adonde te lleve o te desvíe la poesía. Por ejemplo, la soledad, la solidaridad, el amor como posesión, como libertad…Todo se enlaza, los hilos se complican…

La poesía amorosa de los manuales de bachillerato adolece a veces de una concepción posesiva del amor. No está mal contrarrestarla, a veces, con provocaciones como ésta de Agustín García Calvo, cantada por Amancio Prada:

Libre te quiero
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.

Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mía.

Buena te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.

Alta te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
se despereza,
pero no mía.

Blanca te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.

Y si aparece el conflicto entre amor y libertad, pueden saborear este poema de Cernuda:

Si el hombre pudiera decir lo que ama
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo Como una nube en la luz;
Si como muros que se derrumban,
Para saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
La verdad de sí mismo,
Que no se llama gloria, fortuna o ambición,
Sino amor o deseo,
Yo sería aquel que imaginaba;
Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada,
La verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta.
La única libertad porque muero.

Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Hay poemas que se creen de amor y soledad, pero que el profesor debe explicar que reflejan el amor del pueblo por la justicia o la condición de desamparo profundo de los perseguidos. Por ejemplo, este de Celso Emilio Ferrero:

María Soliña
Polos camiños de Cangas
a voz do vento xemía:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.

Nos areales de Cangas
muros de noite se erguían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.

As ondas do mar de Cangas
acedos ecos traguían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.

As gueivotas sobre Cangas
soños de medo tecían:
ai, que soliña quedache,
María Soliha.

Baixo os tellados de Cangas
anda un terror de auga fría:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.

O éste cantado por Luis Eduardo Aute:


Al alba

Si te dijera, amor mío,
que temo a la madrugada,
no sé qué estrellas son éstas
que hieren como amenazas
ni sé qué sangra la luna
al filo de su guadaña.

Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga,
quiero que no me abandones,
amor mío, al alba,
al alba, al alba.

Los hijos que no tuvimos
se esconden en las cloacas,
comen las últimas flores,
parece que adivinaran
que el día que se avecina
viene con hambre atrasada.

Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga,
quiero que no me abandones,
amor mío, al alba,
al alba, al alba.

Miles de buitres callados
van extendiendo sus alas,
no te destroza, amor mío,
esta silenciosa danza,
maldito baile de muertos,
pólvora de la mañana.

Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga,
quiero que no me abandones,
amor mío, al alba,
al alba, al alba.

Fuera de repertorio

El recorrido poético de los cursos tiene un repertorio básico, que no suelo cambiar, pero está abierto a nuevas incorporaciones textuales. Casi todas provienen de los cantautores nuevos que van apareciendo por los escenarios madrileños, porque los alumnos deben realizar trabajos académicos sobre ellos. Otras provienen de “peticiones del público”, sugerencias que voy recibiendo. Otras provienen de mis viajes a Lisboa y de mis contactos con la poesía portuguesa. Como ejemplo de canciones de cantautores nuevos, valga esta de uno de los más jóvenes, Paco Bello:


No sabes cuanto te he querido,
olvidarte es saber que no hay forma,
ahora tengo que aprender a desnombrarte,
con los ojos más que con la boca.

Sigues siendo la dueña,
del gigante que se esconde en mi silencio

Has cambiado mi forma de mirar,
has cambiado el sentido de las calles
Caminar sin ti, no es del todo andar
has llenado los semáforos de sangre,

No me moriré, pero ya verás,
como no sabré esquivar los vientos que te nombran
No me cansaré, de pensar que estás,
a mi lado pero no como una sombra.

Y no sabes, que aún cocino para ti,
y no sabes, que dibujo tu perfil con las frases,
que hace tiempo te escribí. Con las frases,
que ahora estallan junto a mí

Y no sabes, que no debes sonreír,
no me abraces, que no sabré salir de los besos,
que de pronto no me das, de este fuego
que me alumbra, cuando no estás

Has cambiado mi forma de mirar,
has cambiado el sentido de las calles
Caminar sin ti, no es del todo andar
has llenado los semáforos de sangre,

No me morire, pero ya verás,
como no sabré esquivar los vientos que te nombran
No me cansaré, de pensar que estás,
a mi lado pero no como una sombra.

O esta otra de uno de los más viejos, Javier Krahe:

Nos ocupamos del mar

Igual que en televisión interrumpen la emisión
para anunciar un brebaje o un masaje,
interrumpo mi canción y coloco aquí un mensaje.
Nos ocupamos del mar
y tenemos dividida la tarea
ella cuida de las olas
yo vigilo la marea
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
mis ojos en su costado.
No habrá parecido mal ya que no fue comercial
y es cosa que se agradece me parece,
en este mundo infernal
lo quien no compra perece.
También cuidamos la tierra
y también con el trabajo dividido
yo troncos, frutos y flores
ella riega lo escondido
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
mis manos en su costado.
Raro es que la verdad mediante publicidad
alguna vez se abra paso
por si acaso ahora es la oportunidad
cuando el público hace caso.
Todas las cosas tratamos
cada uno según es nuestro talante
yo lo que tiene importancia
ella todo lo importante
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
y mi voz en su costado.

Como ejemplo de canciones y poemas portugueses, los alumnos saben perfectamente que mi cantante preferida es Mariza, con su peculiar escuela de la palabra amorosa:

Há palavras que nos beijam

Há palavras que nos beijam

Como se tivessem boca.

Palavras de amor, de esperança,

De imenso amor, de esperança louca.

Palavras nuas que beijas

Quando a noite perde o rosto;

Palavras que se recusam

Aos muros do teu desgosto.

De repente coloridas

Entre palavras sem cor,

Esperadas inesperadas

Como a poesia ou o amor.

(O nome de quem se ama

Letra a letra revelado

No mármore distraído

No papel abandonado)

Palavras que nos transportam

Aonde a noite é mais forte,

Ao silêncio dos amantes

Abraçados contra a morte.

Alexandre O'Neill

Como ejemplo de sugerencias recibidas, pongo un poema de Oliverio Girondo que me aconsejó Graciela hace unos años y ha pasado con todo derecho al rango de repertorio fijo:

¡TODO ERA AMOR!

¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M,
con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor-amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!

Filología barata: Aciago

Aciago

En latín, aciagus proviene de aegiptiacu (agciacu, aciagu) y sólo han heredado directamente el término el portugués (Aziago), el catalán (Atziag) y el español.

Es una palabra emparentada con gitano, pues gitano procede de (ae)giptianu.

Es normal que la palabra venga de Egipto, la tierra del Gran Copto Inmortal, fundador de la secta de los eutiquianos y de toda la masonería mágica posterior. El Egipto del Libro de los muertos, de los ritos iniciáticos y crueles de Isis, de los magos con narices tenebrosas, de los arcanos misterios y de los malignos nigromantes. Muy apropiado el origen para que sea una palabra empapada de mal fario.

A los gitanos los llamarían egipcianos porque se equivocaron los payos al interpretar que esa mirada lejana que a veces tienen, o que su aire perdido de nostalgia desesperada, o que su pretendido arte adivinatorio, o que el mal de ojo de malaventura tenían el mismo origen que el gato negro divino. No se fijaron en lo obvio, que ese meneo que traían de manos era exactamente el de la diosa Shiva india, la danzante. Debieron de unir, entonces, payos y gitanos, lo egipciano con la mala sombra, por el miedo que daba lo desgraciadito que eran y el insaciable destierro que arrastraban. Y la mala sombra era tan profundamente negra, tan envolvente y asfixiante que en algunos lugares también se densificó en niebla y se llamó negra sombra. En gallego se traduce aciago por de mau agurio.

Los romanos procuraban no salir de casa en los días señalados como aciagos, y estaba prohibido dedicarse a los negocios públicos en esas fechas que también llamaban infaustas o nefastas. En francés aciago se traduce por nefaste, que significa abominable y en inglés por fate, que proviene de Fatum, el hado inevitable contra lo que (como contra la estupidez) es imposible ganar. Los portugueses cantan esa tristeza eterna del hado convertido en fado, por lo menos hasta que empezó a cantar Mariza. En alemán, los dos términos con los que se nombra lo aciago son Unheilvoll y Ünglückstag. Uno y otro añaden el matiz de desastroso, de mala pata o mal fario. Cuando vemos a un alemán rojo y que ha tomado mucho, se nota perfectamente que también es presa de lo unheilvoll, igual que cuando no saben si pasar o no cuando el semáforo está en rojo.

Contra lo aciago sólo hay dos conjuros: uno es la libación perpetua y otro es el Jeribeque.

Mi patio. Cuento autodestruible

Mi patio

El apartamento es antiguo, grande y destartalado. También -pienso yo ahora- es monstruoso. En lo que concierne a la estructura arquitectónica, lo monstruoso consistía en que tiene todas las características de una corrala, es decir, un patio común muy amplio en el que confluyen con naturalidad de
prolongación las piezas individuales o habitaciones privadas, que son muchas, pero de las que no recuerdo realmente ninguna, pues mi memoria se reduce a lo que pasa en el patio. O puede ser que lo monstruoso sea mi desproporcionado recuerdo. En el patio común se desarrollaba la vida y, específicamente, lo que los psicólogos o el clero llamaban vida interior. Y tengan muy en cuenta ustedes que esa vida interior de los patios debe durar poco si es intensa, alguien destruye el patio al cabo de diez minutos casi siempre, un escritor, un fugaz, un frágil, a veces con tristeza mansa, a veces con brusquedad de viento rencoroso enfurecido.
Pero, a diferencia de las corralas madrileñas, ésta del suburbio rosarino radicaba en un segundo piso, al que se ascendía directamente de la calle por una intrincada escalera exterior. Creo yo que con toda justicia, pues, y con todo lujo de detalles, se puede definir la estancia como monstruosa, aunque, naturalmente, todo es discutible en esta vida, excepto los dogmas de nuestra santa fe. Los otros
adjetivos (antiguo, grande y destartalado) no los explico ahora porque, si me demoro mucho al principio, temo que el aburrimiento me obligue a buscar un rápido final que luego me criticarán, con razón, algunos lectores.

Y hablando de lectores, como presiento que es necesario presentarles cuanto antes a los personajes, porque así lo suelen exigir, paso a ello:

Juanita la del patio es una señora mayor que estaba siempre (y siempre significa invariablemente a lo largo de absolutamente todo el tiempo) estudiando en una tumbona -por supuesto, en el patio-, entrada en años, muy entrada en carnes, con unos ojos muy vivaces al leer, aunque las cualidades de los ojos
sólo se adivinaban. Bueno, se adivinaban, pero también se veían totalmente cuando los levantaba para saludar a algún nuevo, o fugaz, o interino del apartamento, al que besaba siempre e insistentemente en la boca con un cariño espasmódico que no concordaba con su sempiterna actividad de estudio. Tan monstruoso en su desmesura era ese cariño como lo era el apartamento. Y en estos casos aprovechaba los besos, o desparrame energético de su organismo, para comer a continuación y casi sin masticar
considerables porciones de pastel o de mazapán. A mí este personaje me cautivaba por su aire de tolerancia total, hecho de indiferencia absoluta y de cariño instintivo. Nunca la oí hablar, pero todos los habitantes nos sometíamos a su silenciosa autoridad, la considerábamos la base física y sólida (y lo de sólida no es un chiste tonto) de la vida común y de la vida interior.


La vida organizada silenciosamente por Juanita transcurría con dulzura. Venía un fugaz, era besado hasta la extenuación y se iba. A los pilares e interinos esta obesa dama, su corporalidad rotunda, su sensualidad besucona, su silencio lleno de inteligencia, su clarividencia casi profesional, nos asentaba en la convicción apacible de pertenencia física a la comunidad, en la seguridad y la contundencia precisas para considerar frívolas y marginales todas las otras relaciones, (como familia, municipio o sindicato). Hablar lo que se dice hablar con ella, no lo hacíamos, pero ahí estaba el secreto de la vida interior.


Otra habitante era Marta la mudita, la adolescente que siempre sonreía a todos con su risa sandunguera; ella era un pilar y sólo reía a carcajadas en ciertos momentos, cuando yo, por ejemplo, le tocaba uno a uno los dedos sacándole novios y contando teatralmente hasta diez. Esta adolescente había desarrollado unas habilidades especiales para comunicarse con todos nosotros: como no me gusta detallar, basta con decir que conocía perfectamente nuestros estados de ánimo, nuestros sentimientos, lo que decíamos susurrando para nosotros mismos, nuestras pequeñas vergüenzas, el estado concreto de nuestros órganos internos, la razón de un refunfuño, la base de nuestras frustraciones, las vacilaciones de los enérgicos, si teníamos algún proyecto inconfesable, si teníamos ganas de caricias, por qué alguien se ponía mustio y si éramos hinchas clandestinos de Boca o de Independiente.

Lucía era sensual y hermosa, dispuesta siempre a la refocilación y a las caricias. También era un pilar, pero no se daba aires de grandeza por ello. Era mi dulce amiga.

Pero este procedimiento de empezar con los personajes ya cansa, por lo menos a mí. Me imagino que ya irán saliendo; y, si no salen, tampoco hace falta alborotar tanto. Pues lo que realmente me atrae de la escritura es mi propia expansión egoísta, y, en este caso concreto, decir con cierto falso pudor, es decir, no muy claro, qué hacía yo en ese patio.

Se daba la circunstancia de que yo -que vivía en este apartamento, que había fundado el patio, que era uno de los pilares antiguos de la comunidad por así decirlo- estaba externamente casado en otro piso muy lejano. Pero, la verdad, no podía dejar de vivir aquí, es más, no hubiera podido estar casado en otro piso de no vivir realmente en este y no sé si tendrá algo que ver en esta superficial paradoja lo que he sugerido antes de la vida interior que se desarrollaba exclusivamente en el patio exterior.

Sea como sea, no me voy a poner a explicar paradojas a estas alturas. El caso es que mi mujer, mi madre, mi hija y mi suegro, cuando a veces venían a verme al patio para decirme, fundamentalmente, que era un sucio bohemio y un inútil, no se extrañaban nada de mis complejas relaciones de confianza con todos los habitantes (creo que eran doce pilares, ocho interinos y unos veinte fugaces al mes).

Yo fundé el patio y seleccioné a los pilares. Me debería haber marchado antes de destruir todo, hubiese sido lo mejor para la vida interior, pero me dieron el cargo de pedagogo. Más tarde tuve que seguir estando por el cargo de escritor.

El cargo de pedagogo me fue otorgado por ser el mayor de la comunidad, y el más infantil; es sabido que sólo los mayores infantilistas pueden ser realmente pedagogos. Pero en esta memoria breve, prácticamente burocrática, no es apropiado desarrollar esta idea. También me lo dieron porque me vieron raro, como luego se aclarará.

Mi trabajo pedagógico (bastante sutil, por innecesario) se desarrollaba específicamente con Rufino, un niño escrupuloso de quince años, obsesionado con el pecado y que caía constantemente en la exageración e intemperancia, porque tenía la costumbre de hacer aspavientos y dar gritos histéricos cada vez que sentía un escrúpulo. Claro, así, con esas estridencias, se diluía la dulzura. Rufino fue un niño apacible y normal hasta los doce años, es decir, tocaba la teta izquierda a Juanita durante un rato hasta lograr que ésta emitiera una especie de ronroneo, jugaba al fútbol en el patio procurando romper varias macetas y cristales, odiaba los libros y los dibujos animados, metía mano a Martita o a Lucía más que nada para que ellas hicieran alharacas y profundos hipidos, no obedecía a ninguno de los pilares de la comunidad nunca, etc, , o sea, un niño modelo y maleable. Tiene en su biografía la originalidad de ser el único habitante no metamorfoseado ni muerto, ni emigrado del patio por causa de destrucción.

Un día llegó una fugaz de nombre Natalia, con una pollera roja hasta los pies, unas levísimas andalias a lo Botticelli, un lazo negro en el codo. Tampoco me voy a poner a describirla, qué más da, el caso es que yo la conocía de los tiempos lejanos, cuando había enredaderas que revestían de verde el blanco de los patios, y perfume de albahaca, y otras cosas gratas a mi corazón que no detallo porque uno se puede poner lírico y hacer el ridículo. Pidió permiso a Juanita la del patio –aprovechando que ésta perdió el aliento y cesó de besuquearla- para quedarse en interinato. Recuerdo que fue el mismo día que vino también el fugaz Medardo, el de los dinosaurios, que duró sólo tres minutos entre nosotros después del beso y se tuvo que metamorfosear, al día siguiente, en cóndor en circunstancias lamentables. Parece ser que Natalia se quedó para curarse una herida interior sin cicatrizar, una brecha abierta que casi ocupaba por completo sus costillares. Olía a musgo. La verdad es que no me enamoré de Natalia, lo que pasó fue que ella fue mi nostalgia, un secreto que sólo conocemos Lucía y yo. Por culpa de la nostalgia me iba infantilizando y adelgacé en exceso, dejé de acostarme temprano y de fornicar con Lucía como antes. También comencé a sentir impulsos reprimidos de destruir el patio. Juanita y Martita me nombraron pedagogo, me lo comunicó Lucía "Cómo ya no fornicas conmigo, ¿quieres desempeñarte de pedagogo?". Yo dije que así fuera, para evitar estragos. Oficialmente me nombraron para evitar estragos, aunque siempre queda la sospecha de que quisieran matar dos pájaros de un tiro, es decir, no sólo evitarlos y tenerme ocupado, sino aprovechar que me veían medio loco para adquirir status y tener un pedagogo, porque yo título sí tenía. Así se explica lo inexplicable para mucha gente racionalista, el hecho de que yo permaneciera en este patio.

A Rufino lo he ido curando, pero un poco a regañadientes, por mi infantilismo. La comunidad accedió a que Natalia fuera mi ayudante y, la verdad, casi toda la terapia la desarrolló ella. Yo seguí teniendo nostalgia y algo de frustración, pero ella hacía también terapia conmigo, es decir, por ganas ganas, me querría, como a casi todo el mundo, pero su instinto maternal la llevaba a ignorarme por completo. No obstante, cuando Rufino se iba curando, la dulzura que volvía a impregnar el patio la afectaba y la ponía blandita, a Natalia, y me sonreía a veces, como si brotara musgo de la piedra.

El caso es que, como yo no quiero estragos en el patio, cuando tengo un rato libre, escribo, por eso dije que me hice escritor autónomo. Aunque con algo de amargura, me hice escritor por la nostalgia. Así olvido que estoy enamorado o que la nostalgia y tal.

Y escribo hasta que este patio se derrumbe, que va a ser muy pronto. Yo fundé el patio. Pero cuando Rufino ingresó en el convento y a Natalia le cicatrizó la brecha, Martita supo lo que iba a pasar, y, sin mucho detalle, va a ser esto: que Juanita se está atragantando hasta la muerte después de besar intensamente a un fugaz, que Martita grita por primera vez, que yo me he aislado para escribir la historia y destruir el patio, que Natalia y Lucía no consiguen levantar de la tumbona a la base física de la comunidad y que sus vivaces ojos, nuestro fundamento único, quedan velados. Que el aroma o la dulzura se expanden ya fuera del patio, que deja de existir el patio. Sin Juanita, sobrevienen metamorfosis en cadena: lo que nos pareció extraño –la del fugaz Medardo- se hace norma (es cierto que el habitual recurso de las metamorfosis, no es muy ético, pero ¿y el de la vida interior, qué?).

Martita sabe lo que a ella le toca cuando Juanita deje de ser el fundamento, a saber, que literal y mudamente, se va a desparramar por el piso convertida en arena silenciosa aglomerada con el fundamento. Y es de sobra conocido que el cuerpo de Lucía, esparcimiento y abrazo de los pilares y de los fugaces, voló por el éter metamorfoseado en solitaria y libre garza.

Bueno, se acabará la vida interior cuando yo escriba el punto final.

A la única que voy a dejar como está es a Natalia en busca de otra herida y otro patio

Del resto de los pilares, la verdad, no me apetece escribir nada. Todo está destruido, el patio. Lo único real es la nostalgia. Yo volveré a la vida exterior, aunque sea con los indios de Patagonia. Y queda sin aclarar si Natalia va a tener plata para alquilar otro patio.

Plácido. Cuento lésbico y asesino

Plácido

0. Cumpleaños de Dulcinea

Ya he podido leer el famoso cuento, porque hoy he cumplido doce años. Mis madres me lo tenían prometido desde hace mucho, desde que empecé a hacer preguntas difíciles. Ahora mi madre preferida, Silvia, me tendrá que explicar algunas cosas que no entiendo bien, sé que me lo explicará perfectamente, me fío de ella. Odio al imbécil que mató a mi padre biológico, más que por matarle porque no entendió a Plácido. En realidad, parece que no entendió nada, porque yo lo único que sé realmente es que los tres se querían y me querían a mí desde antes de que yo naciera. Para mí, el único defecto que tuvo mi padre fue ser amigo de ese maniático envidioso. Todo lo demás que he sabido de él, sus fotos, sus versos y sus historias me parece perfecto y encantador. ¡Cómo me hubiera gustado conocerle! Y lo único bueno que veo en el que escribió lo que sigue es que se mató. También me hubiera gustado conocerle, pero sólo para decirle lo estúpido que demuestra ser por llamar gorda a mi madre Natalia y por lo de la ortografía. El relato a mí me parece bastante cursi y retorcido, pero era el único secreto que tenían mis madres conmigo. Y hoy ya no hay secretos para mí. Esto es lo que ese maldito imbécil mandó por carta certificada a mis madres hace doce años, con matasellos de Gijón, el seis de octubre de 2008.

1. Nostalgia

A una edad en que lo más apropiado –desde mi punto de vista- es matricularse en algún curso de baile de salón, practicar el pádel o incorporarse a dos o tres clubes de cicloturismo, él había fundado una ONG absurda, una ONG etimológica llamada Nostalgia.

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Plácido, la verdad, no estaba nada bien de la cabeza, pero eso no importaba mucho cuando se observa cómo está el patio. Había sido un funcionario cumplidor, de corbata negra, casi siempre afeitado, cordial y alegre con sus compañeros de trabajo y atento con los ciudadanos cuando requerían sus servicios. Pero, por mucha jovialidad que aparentara, vivía en un mundo raro y lejano. A punto ya de cumplir sesenta años, con tres nietos de los que sólo la mayor se movía con cierta gracia, mantenía con Silvia-la mujer más inteligente que conozco, aunque con faltas de ortografía- una sociedad normalmente tranquila y respetuosa de individuos mutuamente despegados. Plácido tenía la mirada, como dicen de los habitantes de Babia, muy lejos, lo que no le estorbaba para manifestar, a veces hasta con palmadas, un entusiasmo pueril por cualquier cosa que se agitase alegremente, fueran pajaritos, hurones, ardillas o personas humanas. Se las daba de intelectual con cierto motivo, pues llevaba varios lustros dedicándose en sus generosos ratos libres de funcionario, al gaélico, al obispo Berckeley y a la historia de Bizancio. El albanés lo dejó cuando sus hijos le convencieron de que era un idioma sólo para espías. No eran aficiones que le acercaran demasiado a la realidad circundante, pero pensaba acerca de ellas, y yo estoy de acuerdo, que tampoco molestaban a nadie.

Fundó Nostalgia, creo yo, por aburrimiento, pero, según los estatutos, para enseñar la historia de las palabras y sus diversas connotaciones a inmigrantes, especialmente a chinos y rumanos, a los que, previamente a su admisión, se les hacía un diagnóstico psicosocial. Aparentemente lo tenía todo racionalmente organizado y confiaba en el éxito del invento porque, según decía, siempre hay clientes curiosos para organismos raros. Ni él ni yo podíamos prever el cataclismo y los desajustes que le ocasionaría esta caprichosa fundación.

Nostalgia necesitaba un experto en puntos y comas, y en esa calidad me incorporé yo, que, con perdón, trabajé de corrector de estilo en una editorial de prestigio, aunque marginal. Ahora estoy jubilado, pero me educó Don Quiterio en San Fermín con el Miranda Podadera y este libro me convirtió en un obseso enamorado de la ortografía. Mi vida no tenía otro objeto que la perfección ortográfica. Ni me casé (mis novias me solían escribir con faltas de ortografía y las abandonaba fulminantemente, entre ellas a Silvia*) ni tuve trato carnal alguno fuera de mi irresistible asistente cubano, perfecto en la corrección ortográfica y en la caligrafía. Plácido también era de San Fermín, por cierto…

Pero centrémonos en el asunto, que no es precisamente mi vida privada: Contra mis lógicas previsiones, el engendro etimológico tuvo bastante éxito, mayor que el vaticinado por el fundador; a los dos meses teníamos un local grande con teléfono y tres habitaciones, y llegaban a las tertulias tantas personas raras que, a veces, ingresaban sin el perfil adecuado, por ejemplo, un disminuido psíquico catalán, un iraní transexual y dos enormes camioneras argentinas. Algunos usuarios se movían muy alegremente, sobre todo los dominicanos, lo que entusiasmaba al fundador.

Pero la actividad etimológica fue haciendo caer a Plácido en la confusión; al principio por pérdida excesiva de energías y, más tarde, por complicaciones psicológicas: comenzó su declive abandonando los estudios de gaélico y relegando a Berckeley, lo que, paradójicamente le fue alejando alarmantemente de la realidad circundante a la vez que se enfrascaba en ella. Se le

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veía soñador, a veces en estado de languidez; le dio por comenzar a transcribir en versos alejandrinos absurdos la historia de Bizancio –que nunca abandonó-, en fin, empezó a cambiar para peor, según mi modesto entender. El hecho de que se pusiera pendientes y de que comenzara a lucir una coleta ridícula no tenía importancia, pero había otros signos, esos sí, bastante más alarmantes, a saber, su estrenada y extremada manía por la música barroca (que es siempre igual, se escuche al autor que se escuche, salvando a Purcell) y su decisión irrevocable de no intervenir en conversaciones de grupo porque, según él, en ellas no se buscaba la verdad sino el lucimiento personal. Fue este prurito, contrario a los usos sociales más agradables, lo que me obligó a mantener con Plácido largas conversaciones a solas que terminaron por constituir para mí una primera necesidad y me unieron afectivamente a él hasta la adicción, aunque sin llegar nunca a comprenderle del todo ni a estar de acuerdo con sus ideas.

En septiembre del 2006 Plácido había dejado ya de ser funcionario y se dedicaba de lleno a Nostalgia y a la historia de Bizancio. Había cambiado radicalmente su atuendo y su presencia física, parecía renovado, más juvenil y suelto, y, paradójicamente, cada vez más atento a cualquier clase de novedad mientras se iba hundiendo en su brumosa y atractiva lejanía. Además de conmigo, mantenía conversaciones interminables con el único nativo de Camerún (casi siempre paseando) y, tomando cervezas, con una rumana rubia melómana llamada María. Estas conversaciones le habían hecho abandonar por completo la administración de la ONG, que llevaba exclusivamente yo con la ayuda intermitente del disminuido psíquico catalán.

2. Natalia

Ese mismo mes empezó el desbarajuste: Insistió en asistir Natalia a nuestras reuniones, muy interesada en profundizar en determinadas palabras como urdimbre, mefistofélico, brisa, aventura y otras. No tenía el perfil adecuado, porque era de Logroño, pero el diagnóstico detectó curiosidad intelectual, inteligencia emocional alta y sociabilidad exigua; la verdad fue que la aceptamos porque Plácido la quería como conversadora privada. Desde mi humilde punto de vista, Natalia no tenía nada de especial**, aunque era una mujer agradable y quizás algo más experta de lo que podía suponerse a sus veintisiete años: acababa de romper con su cuarto novio, que para ella había sido el absolutamente definitivo y tenía decidido que siempre iba ya a vivir sola, con hijos o sin ellos. Supe más tarde que este novio era un mal pintor de Cuenca y que se llamaba nada menos que Zósimo. Mi amigo Plácido no había detectado en ella nada de lo que él odiaba: ni era verborreica ni parecía posmoderna, ni se daba a la sonrisa tonta. Se movía sin represión muscular, casi de modo danzarín, a pesar de una notable obesidad lumbar, y su sentido práctico permitió afrontar pragmáticamente ciertas anomalías financieras de Nostalgia. Hasta ahí, bien; pero, poco a poco, y siempre en mi humilde opinión, la atención que Plácido dedicaba a esta jovencita se hizo desmesurada y, por tanto, peligrosa. Ya está dicho que mi amigo no pisaba suelo real desde que dejó de estudiar gaélico. Ahora el problema era mayor, pues abandonó incluso la música barroca (creo que fue el único aspecto positivo de esta crisis) y se dedicaba con absurda exageración a la copla castiza. Un día le pregunté abiertamente por qué estaba tan absorbido por la nueva, qué le pasaba. No dudó en contestarme que era justamente la chica que tantas veces había soñado encontrar desde que era joven y que, además, le recordaba muchísimo a un cuadro de la Virgen de los Dolores que tenía su madre en la habitación cuando él era niño e inocente. Me atreví a recordarle las edades de ambos, pero, con gran sorpresa mía me dijo: ¿Es que no sabes todavía que yo no piso suelo real? Me dejó desconcertado, pues no se me había pasado por la cabeza que él también fuera plenamente consciente de su problema.

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La absoluta y absurda dedicación a la chica, a Natalia, le cambió bastante la vida: cuando le acompañaba a su casa por las noches le notaba nervioso, pendiente del móvil, ese artilugio que hasta hacía un mes odiaba (hay que advertir que, cuando su ex -jefe de negociado le quiso regalar uno en la última navidad, le dijo, con dulzura sí, pero con firmeza, que se lo metiera por el culo). Tarareaba sin cesar o susurraba para sus adentros las letras sensibleras y reiterativas de sus coplas, y en definitiva, le creció como un cáncer incurable la ilusión, en su sentido etimológico (es decir, que se hizo mucho más ”iluso”).

Mis sentimientos en aquella época eran confusos: tengo que reconocer que estaba celoso. Era normal, yo ya me sentía afectivamente muy unido a él y estaba bastante harto de que hubiera abandonado las conversaciones íntimas conmigo después de haber prescindido del camerunés y de la rumana. Ortográficamente hablando, Natalia era irreprochable, pero, por esos celos, comencé a verla como enemiga declarada. Me propuse investigarla - tengo que confesar que con técnicas de dudosa honorabilidad- por ver si encontraba razones disuasorias que sirvieran a mi ex-amigo para abandonar su ilusión. Además de la historia de Zósimo, averigüé, por ejemplo, que se le morían todas las plantas interiores que le regalaban o compraba, lo que me pareció gravísimo; que no estaba tan sola como Plácido creía, pues compartía mesa y manteles con un grupo de tres cubanos de cuerpos arrebatadores (tuve el dolor de comprobar que uno de ellos era precisamente Iván, mi asistente cubano); que sus cuatro amigas más frecuentadas estaban, como si formaran parte de una secta esotérica, en avanzado estado de gestación, que tenía al lado de la oreja izquierda un gran lunar de color violáceo (el fundador no se fijaba en esas cosas, no pisaba suelo real) y, lo más definitivo para Plácido, que asistía a unas absurdas sesiones de astrofísica los jueves en compañía de Silvia, su mujer y mi ex novia. Naturalmente, me apresuré a dosificarle a mi amigo inteligentemente estas deshonestas averiguaciones, y mis esfuerzos tuvieron cierto premio, pero rematadamente contrario al que yo hubiera deseado.

Me lo anunció, yo le intenté disuadir ridiculizándole, pero lo hizo: Una tarde de enero de 2007 le planteó brutal y –me imagino- torpemente a la chica que estaba enamorado de ella. No me reveló la respuesta, no hacía falta, porque Natalia no era precisamente una ilusa, como él, sino una persona pragmática. De la clase de vergüenza que debió pasar me puedo hacer una idea, conociéndole. No sé si para huir de la indignidad o del sarcasmo, pero sin encomendarse a nadie, al día siguiente desapareció de nuestro local y de su casa. Su mujer y sus hijos me dijeron que no me preocupase, que le tenían localizado con el móvil, y que aceptaban de buen grado su decisión de aislarse. Pasó un año entero en el que, al parecer, Plácido vivió como un ermitaño dedicado a componer en más de quince mil versos de mester de clerecía la historia de Bizancio. Yo también decidí desaparecer, al menos de Nostalgia; las decepciones sentimentales recientes, la ausencia de Iván, graves decepciones ortográficas y el abandono de mi amigo me habían castigado y deprimido en exceso: fue un año nefasto para mí. La gestión y las reuniones de Nostalgia, que permaneció pujante, quedaron en manos del catalán y de María. De vez en cuando, aunque yo no quería saber nada, ellos me informaban de novedades. Me decían que Natalia seguía asistiendo a Nostalgia una vez a la semana, día que siempre aprovechaba para acudir a visitar a Silvia.

3. Final feliz

El seis de octubre de 2008 me dieron una noticia que me conmocionó: Natalia estaba embarazada. No quise saber de quién, porque tenía la vehemente sospecha de que Iván me daba la puntilla definitiva. Por esa época ya le había despedido de mi casa sin miramientos, ahora yo vivía en absoluta soledad, enfrascado en el borrador de un nuevo libro de ortografía que las academias de castellano estaban decididas a editar con novedades sutiles pero importantísimas y deprimentes. El diez de diciembre me encontraba rigurosamente hundido porque la liberalidad de las academias en lo tocante a ortografía me habían destrozado mucho más que las aparentes traiciones de Iván, me sentía derrotado para siempre, y mi vida carecía de picores intelectuales, estaba dispuesto a acabar definitivamente con mi vida absurda y fracasada. Pero cuando ya estaba decidido a protagonizar el primer suicidio ortográfico en la historia del mundo, recibí un mensaje de Plácido: “ven a verme a Gijón, calle tal y tal, inmediatamente” y otro mensaje, a la media hora, de su mujer: “ven a conocer a mi nueva nieta, hoy mismo”. Pospuse provisionalmente mi proyectado vuelo al más allá y, en la disyuntiva de ambos requerimientos, decidí, naturalmente, acudir a conocer a la nieta, no me apetecía mucho el reencuentro con Plácido: en parte, por rencor; pero, sobre todo, porque, en mi opinión, estaba ya más fuera del mundo que yo.

Silvia, la mujer de Plácido, me acogió con amabilidad, nos encontrábamos solos después de casi cincuenta años, pues había tenido otras tres nietas sin haberme invitado a conocerlas. Tuvo a bien aclararme, en un tono confidencial que me sorprendió y me halagó, que la niña, Dulcinea, era realmente una nieta adoptiva procedente de una línea bastarda. Ni ella ni yo habíamos visto nunca un bebé tan hermoso, tan bien hecho como Dulcinea: estaba tan bien formada que parecía un milagro entre todos los bebés horribles y vociferantes que llenan el mundo. Su extremada belleza, sin embargo, no era óbice para que luciera un llamativo lunar violeta detrás de su oreja izquierda. No me dijo nada del padre, ni de la madre, no hacía falta. Fue ella la que sacó a colación el nombre de Natalia, de la que habló con un arrobamiento lúcido y sublime que me llegó a emocionar. Me despedí de ellas con pena, sabiendo perfectamente el porqué de su inesperada llamada*** y el último servicio que el destino me estaba encomendando. Aunque por esas fechas me encontraba siempre confuso y menoscabado de luces racionales, até cabos y lo comprendí todo. ¡Qué cretino había sido! ¡Que si Plácido no pisaba suelo real, que si estaba más fuera del mundo que yo! ¡La historia de Bizancio en verso...! ¡La puta que me parió!

Toda mi consistencia ortográfica y afectiva se había derrumbado como un castillo de arena en la playa, no me había tocado ni el reintegro en la lotería del mundo. Pero este convencimiento, que unos días antes me hubiera llevado a una melancólica autocompasión, ahora me excitaba como sólo es capaz de hacerlo una injusticia grosera o un destino heroico. Silvia no me había encargado nada explícitamente, pero, al hablarme de Natalia, al nombrarla como la nombraba, había sabido imbuirme lúcidamente el convencimiento de que mi vida no tenía por qué ser del todo inútil.

Decidí aceptar la invitación (o la orden) de ir a Gijón. Plácido habrá podido ser muy inteligente, casi tanto como Silvia, pero seguro que ahora no tiene ni el más remoto presentimiento de la noche de amor que le espera conmigo. Seguro que querrá reanudar sus antiguas conversaciones íntimas, que me contará la propuesta de Natalia para utilizarlo como padre de alquiler para dos lesbianas, que querrá detallarme los meses que esa gorda convivió con él en Gijón, su supuesto triunfo senil, su consciente autoengaño.

Pero tengo clara mi misión: no le voy a escuchar, le voy a proponer sólo cariño y sexo, me lo va a rechazar, como siempre, y le voy a matar, como es de justicia. Cuando un hombre sucumbe de ilusión y cuando ya sólo es un obstáculo para un final feliz, merece ser ejecutado.

Después emprenderé solo y en paz mi vuelo definitivo: a tomar por el culo la ortografía, Iván y los cuerpos de esplendor. Vivan las nuevas bodas. El mundo debe estar libre de gilipollas como Plácido y como yo. Y todo saldrá jurídicamente perfecto.

*Perdona, Silvia, pero tú misma se lo explicaste a Plácido.

**Natalia, no te tomes muy a mal, las cosas que digo de ti a partir de ahora. Te odié mucho porque me quitaste a Plácido. Cuando te mando esto, ya no importa nada el odio, pero lo mantengo, porque lo escrito escrito está.

***No es una acusación; yo no quiero decir que conscientemente me estabas mandando hacer lo que voy a hacer, que conste.