Despedidas españolas.
Los españoles, como los extranjeros, se visitan de vez en
cuando. Lo diferente y típico es cómo se despiden.
Después de dejar muy claro que la visita va a ser muy corta,
los visitantes permanecen sentados
aproximadamente una hora, siempre que los anfitriones no pongan nada para picar.
en cuyo caso son dos horas y media. A partir de ahí alguien mira el reloj, y los visitantes confirman, compungidos, que
se tienen que ir. Lo habitual, entonces, es que todo el mundo –visitantes y
habitantes- se levanten después de media hora más o menos.
Todos –visitantes y anfitriones- se despiden de pie durante aproximadamente
otra hora. Aquí hay dos variantes: o siguen dando vueltas a la conversación
anterior repitiendo cada uno lo dicho (de cuando estaban sentados) o sacan
nuevos temas, fundamentalmente recuerdos antiguos. Sea como sea, están hablando
de pie o un poquito apoyados en la pared unos tres cuartos de hora. Los últimos
quince minutos se dedican, o bien a
reproches o bien a planes de futuro. Los reproches suelen ser por lo poco que
se visitan unos a otros y por las prisas en marcharse; los planes incluyen
números telefónicos para quedar. Estos últimos minutos suelen transcurrir con
la puerta ya abierta y a la vista de los vecinos que entran y salen de sus
domicilios.
Yo, a veces, por mi naturaleza altamente pedagógica, he
sugerido a las visitas seguir sentados hasta que se vayan de verdad, pero mi mujer dice que
eso es una grosería (lo de sugerirlo). Por lo visto tampoco está bien quedarme
sentado durante los sesenta minutos de despedida, o la variante de levantarme
solamente a partir de que se abra la puerta. Lo que sí hago, cuando yo soy
visitante, es aparcar mal el coche, o muy lejos, y despedirme fulminantemente
con ese motivo. Mi mujer se queda de pie despidiéndose como es costumbre, y yo
voy despacio hasta el coche, lo recojo y
lo aparco cerca: Y no me impaciento nunca, no toco el claxon ni nada: escucho
música y espero a que, con las puertas abiertas, se den los últimos besos.
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